Soy absolutamente admiradora de los quiltros, esos perros mestizos y su desfile de características y rasgos tan propios y únicos. En Chile, en Santiago, los vemos casi en cada esquina de guata al sol, fiel reflejo de nuestra idiosincracia mestiza e híbrida, aunque a algunos no les guste reconocerlo.
¿Hay algo más noble, más hermoso y más libre, acaso, que un quiltro? No me malinterpreten, amo a todos los perros por igual, pero con los quiltros ese amor se combina con admiración y con ternura. Por eso no entiendo el afán de la gente de pagar miles de pesos por perros "de raza", perros populares este año que lamentablemente estarán en la calle en algunos años porque ya no son los perros "de moda". Me parece increíble (y estúpido) el modificar genéticamente las razas para transformarlas en juguetes, por algo el apelativo "toy", y cobrar millonadas por ellos. Esa gente no tiene cabeza, no tiene corazón... y jamás van a sentir lo que siente un verdadero amante de los animales, de los quiltros y los perros más uniformados (o de raza, como quieran llamarlos).
Por eso no es casualidad que la Antü haya llegado a nuestras vidas a fines del año pasado. Desde que dejé la casa familiar no había tenido mascotas y ahora instalados en nuestro depto de verdad que anhelaba tener un perrito... ¿pero en un depto? Hasta que en mi pega anterior me hicieron el mejor regalo de todos: me despidieron y pude volver a trabajar desde la casa todo el día, con lo cual la idea de tener un canito aquí ya no era tan extravagante. Y así fue como la encontramos en el ciberespacio y llegó a nuestras vidas para hacernos más felices aún.
Ahora estamos aquí los dos humanos solos, a las 5 de la tarde echándola mucho de menos y esperándola que vuelva de su esterilización...
Síndrome del nido vacío le llaman algunos...
Un amigo no se compra, se adopta
El tema de hoy: Callejero - Alberto Cortés